Crónica de una Noche Legendaria
Por Fabricio Cortés
Miércoles, 9 de abril de 2025 – 18:25 hrs





Estoy en Atlazolpa City haciendo el último check de mi kit de concierto:
- Boleto
- Dinero
- Tarjeta de movilidad
- Tarjeta de débito
- Encendedor (dejé de fumar hace casi 20 años, pero es un accesorio que no puedo abandonar)
- Chicles
- Gel antibacterial
- Cubrebocas
- Chamarra ligera, pero con muchas bolsas
Todo listo. Comienza el camino hacia mi destino, donde me reencontraré con un viejo conocido.
Con el rumbo claro y montado en mi “limosina” color naranja, me dirigí al norte de la ciudad. ¿El lugar? La Arena CDMX, ubicada en los antiguos terrenos del rastro de la ciudad, donde aún se ven vestigios de lo que alguna vez fue.
Una vez que llegué al gigante de Azcapotzalco, comenzaron a surgir esas mariposas en el estómago… los nervios de la primera vez.
A lo largo de mis 40 y tantas horas de edad, he tenido la oportunidad de ver a muchos artistas en vivo: Roger Waters, Sir Paul McCartney, Jack White, y un etcétera que no es tan extenso. Pero esta noche sería diferente. Esta noche, por fin, conocería a una leyenda —perdón, a una verdadera LEYENDA— de la música: Alan Parsons.
Sus canciones despiertan todo tipo de emociones: nostalgia, tristeza, alegría… eso las hace entrañables, inolvidables. Siempre quieres escucharlas una y otra vez. Nunca pierden ese encanto, esa magia. Eso es lo que hace de The Alan Parsons Project una banda única. Sus discos temáticos, sus portadas icónicas y melodías casi oníricas han dejado huella con el paso del tiempo.
Desde sus primeros pasos como ingeniero en el rooftop concert de The Beatles (que a su vez fue el último), ignorado en Abbey Road pero reconocido y aclamado en The Dark Side of the Moon, Alan Parsons ha forjado una carrera brillante.
Ya dentro del Cubo Inclinado de Ferrería y en mi asiento, con puntualidad británica, el espectáculo dio inicio a las 21:00 horas. Alan, ya en una etapa madura pero firme como un roble, apareció con una chamarra de piel negra, una pashmina azul eléctrico, pantalones oscuros y zapatos del mismo tono azul. Con su presencia, nos sumergimos de lleno en su universo musical.
Abrió el show con Standing on Higher Ground, y el escenario ardió en aplausos. Le siguieron Don’t Answer Me, Breakdown y The Raven, hasta que llegó uno de los momentos más esperados: Time. Una canción enorme, capaz de provocar emociones intensas: lágrimas, recuerdos, manos alzadas dedicando la melodía a quienes ya no están. Seguro la escucharon allá arriba. ¡Fabuloso!
Pasaron más canciones y, de pronto, una sorpresa inesperada: apareció alguien que ni en mis más delirantes sueños de opio habría imaginado ver en ese escenario: Alek Syntek. Sí, leyó bien, amable lector. Vestido de negro aunque no con mucho estilo, se unió a Alan para interpretar I Wouldn’t Want to Be Like You. Debo decir que, aunque no lo hizo excelente, tampoco estuvo tan mal.
Tras Don’t Let It Show, Alan Parsons tomó el micrófono y, con su flemático acento británico, exclamó:
“Vamos a una pausa… por una taza de té. Enseguida regreso.”
El estadio estalló en aplausos y admiración.
Llegó el intermedio. Un enorme reloj en cuenta regresiva desde 20 minutos marcaba el tiempo ideal para ir por un refill de bebida, necesario en este punto del concierto.
Con el reloj en ceros, la banda regresó al escenario. Alan Parsons, agradecido con el público, recordó a su otra mitad: Eric Woolfson, quien falleció en 2009. Lo homenajeó con One Note Symphony.
Luego sonó Limelight, con un espectáculo de luces cortesía del público, y bajo la dirección de Alan. Le siguieron Can’t Take It With You (con un guiño a Cielito Lindo incluido) y Prime Time.
Y entonces, un acorde familiar me transportó al año 1992. Curiosamente, en un escenario pensado para el basquetbol, sonó una melodía inmortalizada por uno de los mejores equipos del deporte: The Chicago Bulls.
Con Sirius, el público se puso de pie. La magia comenzó. No hay nada como una buena canción para volver al pasado.
¿La siguiente? Claro, la emblemática Eye in the Sky. Todos la coreamos al unísono, quizá la más esperada de la noche. La voz de Alan, acompañada de un solo de guitarra estremecedor, nos erizó la piel.
Después del clásico grito:
“¡Olé, olé, olé!”
seguido del nombre de la banda (que, por supuesto, debe rimar), llegó Games People Play. Una maravilla. De nuevo, con Alek Syntek en el escenario.
Y así, el concierto llegó a su fin. Con una mezcla de satisfacción, alegría y sueños cumplidos.
No importa cómo o dónde hayas conocido a Alan Parsons. Si lo has escuchado en la radio, al verlo en concierto entiendes por qué su música es inmortal.
Las leyendas son eternas. Hoy fui testigo de ello.
¡Larga vida a Alan Parsons, y gracias por la noche que nos regaló!
